Claves para Descifrar el Extraordinario Enigma de la Cruz

Desentrañando el misterio de la Cruz.

 

Enero 26, 2025
Creado por: Isabel Orozco, teóloga y artista visual; directora de La Casa del Artesano
@lacasadelartesano_medellin

La pregunta sobre la razón detrás de la muerte de Cristo ha resonado a lo largo de los siglos. La respuesta común, «Cristo murió en la cruz por el perdón de nuestros pecados», aunque no es incorrecta, a menudo genera más interrogantes que respuestas. ¿Por qué la muerte como intercambio por los pecados? ¿Acaso estamos ante un Dios sediento de sangre que exige un sacrificio para otorgar el perdón? ¿No podría Dios haber elegido otro camino para solucionar el problema del pecado humano?

Para acercarnos a una comprensión más profunda, es esencial explorar el contexto histórico y cultural de los pactos en el Antiguo Testamento, un marco de referencia crucial para entender el significado de la muerte de Cristo.

Los pactos en el Antiguo Testamento: un lenguaje de compromiso

En la época de los patriarcas, la celebración de pactos era una práctica común. Hallazgos arqueológicos, como los llamados pactos de vasallos entre emperadores y reyes de menor rango, confirman la relevancia de estos acuerdos. Un «pacto» (en hebreo, בְּרִית, «berit») no era simplemente un contrato, sino un acuerdo solemne que establecía una relación vinculante entre las partes involucradas.

La expresión «cortar un pacto» alude al antiguo rito de sacrificar un animal y dividirlo en pedazos. Este ritual, documentado en textos de Mari, las tablillas de Alalak y el Antiguo Testamento, simbolizaba la seriedad y las consecuencias del pacto. Parte del animal se quemaba en honor a la deidad, y otra parte se consumía en una comida para celebrar el acuerdo.

Todo pacto implicaba obligaciones y promesas. Su estructura típica incluía:

  1. Preámbulo o introducción: Presentación del gran rey con sus títulos y atributos.
  2. Prólogo histórico: Recuento de las hazañas del gran rey en favor del vasallo y su pueblo.
  3. Estipulaciones del tratado: Prohibiciones de relaciones con otras naciones y exigencia de fidelidad al gran rey.
  4. Lista de testigos: Invocación de dioses, el cielo, la tierra y otros elementos como testigos del acuerdo.
  5. Maldiciones y bendiciones: Consecuencias por el quebrantamiento o cumplimiento del pacto.
  6. Renovación anual: Presentación del vasallo ante el gran rey para renovar el pacto.
  7. Depósito del texto del tratado: Almacenamiento en el templo y lectura ocasional.

Estos elementos resuenan en los pactos del Antiguo Testamento, donde encontramos ejemplos como el pacto entre los israelitas y los gabaonitas (Josué 9-10).

Pactos humanos y el pacto divino

En la Biblia, es crucial distinguir entre los pactos celebrados entre personas (συνθήκη, «syntheke» en griego) y los pactos que Dios establece con individuos escogidos (διαθήκη, «diatheke» en griego), como los pactos con Noé y Abraham.

Los pactos en el Antiguo Testamento a menudo se acompañaban de un juramento, donde los términos «pacto» y «juramento» se usaban casi indistintamente. La fórmula de juramento incluía una invocación de maldición sobre uno mismo en caso de incumplimiento: «Así me haga Dios y aún me añada, si…» (1 Reyes 2:23-24; 19:2; 20:10; 2 Samuel 3:35). Jeremías 34:18 muestra que Dios anunciaba este castigo para los infractores del pacto.

Dios, en su sabiduría, adoptó la forma pactual del Antiguo Cercano Oriente para comunicarse con su pueblo en un lenguaje familiar y establecer alianzas con ellos.

El pacto con Abraham y el pacto del Sinaí

Génesis 15 describe un rito pactual donde Dios le pide a Abraham que traiga animales, los corte por la mitad y coloque las partes en hileras (Génesis 15:8-10). Una llama de fuego, símbolo de la presencia divina, pasa entre los animales (Génesis 15:17). En este pacto unilateral, Dios es quien se compromete, pronunciando promesas a Abraham sobre su descendencia y la tierra (Génesis 15:18-21).

El pacto del Sinaí, establecido con Israel después de su liberación de Egipto, es un pacto bilateral, donde ambas partes tienen compromisos. Dios promete ser el Dios de Israel, protegerlos y hacerlos su pueblo, mientras que el pueblo se compromete a obedecer los mandamientos de Dios. Éxodo 19-24 detalla este pacto, incluyendo la teofanía, los Diez Mandamientos y las condiciones del pacto.

Éxodo 24 describe la celebración del pacto, donde el pueblo promete: «Haremos todo lo que el Señor ha ordenado» (Éxodo 24:3). Se ofrecen sacrificios, y la sangre de los animales se divide, una parte rociada sobre el altar (Éxodo 24:5-6). Moisés lee las estipulaciones, y el pueblo responde: «Haremos todo lo que el Señor ha ordenado. Vamos a obedecer» (Éxodo 24:7). Moisés rocía la otra parte de la sangre sobre el pueblo, diciendo: «Esta sangre confirma el pacto que el Señor ha hecho con ustedes al darles estas instrucciones» (Éxodo 24:8).

Este pacto bilateral implicaba la pena de muerte por incumplimiento. Sin embargo, a pesar de las graves consecuencias, Dios asegura que no abandonará el pacto (Levítico 26:44-45). El incidente del becerro de oro en Éxodo 32, donde Israel adora un ídolo, ilustra la justicia divina y las consecuencias del incumplimiento. Dios ordena a los levitas que maten a los infieles, y mueren alrededor de tres mil personas (Éxodo 32:27-28).

El sistema de sacrificios y la misericordia divina

Previendo la continua desobediencia de Israel, Dios instituyó el sistema de sacrificios en el Tabernáculo (Levítico 1-7) para expiar la culpa y evitar la muerte continua de los infractores. La misericordia divina se manifiesta en la preservación del pacto y la provisión de un medio para la expiación. Al igual que los vasallos renovaban sus tratados anualmente, Israel tenía un día de expiación anual con múltiples sacrificios para limpiar la culpa y renovar el pacto (Levítico 16). Éxodo 34 describe una ceremonia de renovación del pacto después del incidente del becerro de oro.

En esta renovación, Dios, aunque misericordioso, advierte: «¡El Señor! ¡El Dios de compasión y misericordia! Soy lento para enojarme y estoy lleno de amor inagotable y fidelidad. Yo derramo amor inagotable a mil generaciones, y perdono la iniquidad, la rebelión y el pecado. Pero no absuelvo al culpable, sino que extiendo los pecados de los padres sobre sus hijos y sus nietos; toda la familia se ve afectada, hasta los hijos de la tercera y cuarta generación» (Éxodo 34:6-7).

El pacto universal en Cristo

Aunque el pacto del Sinaí se estableció con Israel, su alcance es universal. La humanidad, heredera de la naturaleza pecaminosa de Adán y Eva, también está sujeta a sus consecuencias. Dios, al llamar a Abraham, extiende las promesas a toda la humanidad: «Todas las familias de la tierra serán bendecidas por medio de ti» (Génesis 12:2).

El pacto del Sinaí, por lo tanto, abarca a toda la humanidad. Al igual que Israel incumplió las estipulaciones del pacto, los no judíos también lo han hecho, mereciendo la muerte como castigo por el pecado. Romanos 6:23 afirma: «Pues la paga que deja el pecado es la muerte», eco de la sentencia en el Edén: «Si comes de su fruto, sin duda morirás» (Génesis 2:17).

Jesús, en su amor y sacrificio, decide morir en la cruz para pagar la deuda de la humanidad por la desobediencia a los mandamientos de Dios. Su grito desde la cruz a Dios y a la humanidad es: «Padre, sé que ellos han incumplido, sé que deben pagar con su muerte, ser cortados como fue partido el animal del pacto, pero no quiero que ellos mueran, yo muero en lugar de ellos».

La inclusión de los no judíos en el pacto del Sinaí no es para condenarlos, sino para que accedan a los beneficios del nuevo pacto en Jesús, donde hay completa salvación para los creyentes. Dios, conociendo nuestra naturaleza pecaminosa, nos abraza con su salvación al incluirnos en las bendiciones del pacto con Abraham y en el pacto del Sinaí, que nos revela la necesidad de un Salvador.

El Nuevo Pacto en la sangre de Cristo

Durante la última cena, Jesús dramatiza su propia muerte con el pan y el vino. Al partir el pan, dice: «Tomad, comed; esto es mi cuerpo que por vosotros es partido» (1 Corintios 11:24), aludiendo al sacrificio de los animales en las ceremonias de pacto. Con el vino, afirma: «Esta copa es el nuevo pacto en mi sangre» (1 Corintios 11:25).

El cuerpo partido de Cristo tiene doble significado en relación al pacto:

  1. El pago con muerte por nuestro incumplimiento del pacto del Sinaí.
  2. Un nuevo pacto a través del cual el ser humano puede «cumplir» ante Dios a través de su sacrificio.

Jesús es el sustituto perfecto de los animales sacrificados. Su cuerpo partido en la cruz es presentado por el Padre como el ritual en el que compromete su palabra en un pacto. Este pacto es perfecto y no necesita renovación, ya que el sacrificio fue de alguien que nunca pecó. Romanos 6:23 se completa con: «Pues la paga que deja el pecado es la muerte, pero el regalo que Dios da es la vida eterna por medio de Cristo Jesús nuestro Señor».

Hebreos 9:14-15 resume magistralmente la hazaña del gran Rey en favor de su pueblo y de sus vasayos: «Cristo se ofreció a sí mismo a Dios como sacrificio perfecto por nuestros pecados. Por eso él es el mediador de un nuevo pacto entre Dios y la gente, para que todos los que son llamados puedan recibir la herencia eterna que Dios les ha prometido. Pues Cristo murió para librarlos del castigo por los pecados que habían cometido bajo ese primer pacto».

Conclusión

El gran Rey ha hablado, su hazaña en la cruz nos ha conquistado para vivir una eternidad a su lado. El cielo y la tierra son testigos de su amor y sacrificio. Con estas garantías, nos convertimos en sus leales vasallos, agradecidos por la gracia y la salvación ofrecida en Cristo.

Preguntas de Reflexión:

  1. ¿Cómo influye la comprensión de los pactos en el Antiguo Testamento en nuestra apreciación del sacrificio de Cristo?
  2. ¿Cuál es el significado del «nuevo pacto» en la sangre de Cristo para nuestra vida y esperanza?
  3. ¿Cómo podemos vivir como «leales vasallos» del gran Rey en respuesta a su amor y sacrificio?

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