El día que Jesús caminó a nuestro lado

El día que Jesús caminó a nuestro lado

 

Mayo 13, 2025
Creado por: Margarita Orozco, Teóloga y Mg en Educación. Creadora de Contenidos de Conectar Global

El día que Jesús caminó a nuestro lado

¿Alguna vez te has sentido caminando por un sendero polvoriento, donde la desilusión pesa en cada paso y la esperanza parece un espejismo lejano? Es en esos caminos áridos donde a veces la vida nos golpea con noticias que nos dejan sin aliento, donde los eventos nos sobrepasan y el futuro se torna incierto. Hoy, nos adentramos en una historia que comienza precisamente en uno de esos senderos, un relato que nos recuerda que incluso en nuestros momentos más oscuros, la presencia transformadora de Jesús resucitado puede sorprendernos.

El camino de la desilusión

Dos seguidores de Jesús, con el corazón hecho pedazos por la reciente crucifixión de su Maestro, abandonaban la bulliciosa Jerusalén. La Pascua, que debió ser una celebración de liberación, se había teñido de una sombra de muerte cruel e injusta. Cada kilómetro que dejaban atrás era un eco de sus sueños rotos, de las expectativas que se desvanecían como el polvo del camino bajo sus pies. La tristeza velaba sus ojos, tan absortos en su dolor que no reconocieron al caminante que se unió a su andar.

Un extraño se acerca

Y así fue como Jesús, el peregrino eterno, aquel que dejó la gloria para caminar nuestros senderos, salió al encuentro de estos dos corazones apesadumbrados. Se acercó con la discreción de quien no busca ser reconocido de inmediato, escuchando el lamento que los tenía cabizbajos: «No lo entiendo… ¿por qué tanta sinrazón?» Jesús, con una pregunta directa, interrumpió su duelo: «¿Qué conversación los absorbe?» No por ignorancia, sino para invitarlos a volver a la realidad, al igual que lo hizo con tantos otros en la historia.

Desvelando el dolor

Con la cautela de quien desnuda su alma ante un desconocido, los dos discípulos comenzaron su relato. Hablaron de Jesús de Nazaret, el profeta poderoso en obras y palabras, cuyas enseñanzas habían puesto su mundo al revés. Recordaron los milagros, las sanidades, la esperanza que Él había sembrado de una liberación para Israel. Pero ahora, todo se había precipitado al abismo de la cruz. «Abrigábamos esa esperanza, él sería nuestro libertador, pero ahora el frío de la muerte nos entumece», confesaron, sintiendo que con la muerte de Jesús, una parte de ellos también había fallecido.

La incredulidad persiste

Luego, compartieron las confusas noticias de las mujeres que habían visitado la tumba y la encontraron vacía, incluso hablando de ángeles y de la resurrección. Pero para estos hombres, aferrados al dolor de la pérdida, estas palabras sonaban huecas, casi irrelevantes. Sus ojos estaban fijos en la cruz, en la derrota aparente, incapaces de vislumbrar la victoria que caminaba a su lado. ¿Cuántas veces nosotros también nos aferramos a nuestra propia versión de los hechos, ciegos a las posibilidades divinas que se presentan en medio de nuestra angustia?

El poder de las Escrituras

Entonces, Jesús rompió el silencio con una suave reprensión: «¡Necios y torpes de corazón! ¿Cómo es posible que no crean lo que las Escrituras proclaman sobre el Cristo?» Y con la paciencia de un maestro, comenzó a desentrañar las profecías que hablaban de su venida, su sufrimiento y su gloria. Les habló de cómo el Mesías debía padecer para entrar en su gloria, revelando el plan redentor escondido en las palabras de Moisés y los profetas. Les mostró cómo las Escrituras anunciaban su nacimiento como un príncipe de paz (Isaías 9:6), su ministerio de sanidad y liberación (Isaías 61:1-2), sus sufrimientos y muerte (Salmo 22, Isaías 53) y finalmente, su victoria sobre la muerte (Salmo 16:10).

Corazones ardientes

Mientras Jesús hablaba, algo comenzó a agitarse en lo profundo de sus corazones. Era como si una chispa de esperanza, que creían extinguida, comenzara a reavivarse con cada palabra de las Escrituras. Sus mentes, antes nubladas por la tristeza, empezaban a comprender el plan divino que se desplegaba ante sus ojos. ¿No es acaso la Palabra de Dios como un fuego que enciende nuestros corazones, disipando la oscuridad de la duda y la desesperanza?

El reconocimiento en la mesa

Al llegar a su destino, invitaron a Jesús a quedarse. Y fue en la intimidad de la mesa compartida donde la verdad se reveló de una manera inesperada. Jesús tomó el pan, lo bendijo y lo partió, un gesto familiar que de repente encendió la memoria de sus corazones. En ese simple acto, sus ojos se abrieron y reconocieron a su Señor resucitado. Era Él, vivo, presente en medio de ellos. La comunión, el acto de compartir, se convirtió en el punto de inflexión, el momento de la revelación.

Ojos que se abren

En ese instante de claridad, Jesús desapareció de su vista, tan repentinamente como había llegado. Pero su ausencia física no disminuyó la intensidad de su encuentro. Sus corazones ardían con la certeza de su resurrección. La incredulidad se había disipado, reemplazada por una alegría inefable y una comprensión profunda de las Escrituras.

El retorno urgente

Sin dudarlo, a pesar de la oscuridad de la noche y el largo camino recorrido, los dos discípulos regresaron a Jerusalén. Su andar ya no era pesado ni marcado por la desesperanza, sino ligero y lleno de gozo. La noticia que ahora llevaban era demasiado grande para guardársela: ¡Jesús estaba vivo! La experiencia personal de su encuentro con el Resucitado los impulsaba a compartir esta verdad transformadora.

La comunidad y la misión

Comprendieron entonces que este camino de fe no se recorre en soledad. Habían errado al aislarse en su dolor. La comunidad, el compartir con otros, era esencial para vivir y proclamar la realidad de la resurrección. El encuentro con Jesús resucitado enciende en nosotros un fuego que no podemos contener, una misión urgente de compartir la esperanza que hemos encontrado.

La esperanza futura: El tenedor

Quiero terminar con una historia, la de una mujer que pidió ser enterrada con un tenedor en la mano. Su sencilla pero profunda razón era que, en los banquetes, cuando recogían el tenedor, significaba que lo mejor estaba por venir: el postre. Para ella, y para todos los que hemos creído en la resurrección de Cristo, lo mejor está por venir. En esta vida y en la eternidad, tendremos cuerpos nuevos, libres de dolor y sufrimiento. Así que, cuando pases por momentos difíciles, toma un tenedor, levántalo al cielo y declara con fe: ¡Lo mejor está por venir!

Al igual que los peregrinos en el camino a Emaús, quizás hoy te encuentres en un sendero de desilusión. Pero recuerda que el Jesús resucitado anhela encontrarte en tu camino, abrir tus ojos a la verdad de las Escrituras y encender tu corazón con esperanza. Busca su presencia en la Palabra, en la comunión y en los actos sencillos de la vida. Y cuando lo reconozcas, la urgencia de compartir esa buena noticia transformará tu peregrinaje en una misión vibrante. ¿Cuál es tu camino a Emaús hoy? ¿Estás dispuesto a dejar que el Resucitado camine a tu lado y revele la esperanza que solo Él puede dar?

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